Estos meses no he podido ir al cine, porque en el pueblito donde he estado viviendo simplemente no hay. Sin embargo, he estado poniéndome al corriente con las novedades que he encontrado en plataformas de streaming. Esta vez me topé con El monstruo marino: una nominada a “Mejor película animada” con la mala fortuna de tener que compartir tiempo y plataforma con Pinocho de Guillermo del Toro.
En un mundo en el que humanos y monstruos marinos llevan años en guerra, cierto grupo de marineros, una suerte de corsarios llamados “cazadores” tienen la tarea de darles caza y proteger a los pueblos. Hasta que una chica rebelde se cuela al barco del capitán más exitoso de todos y confronta a una sociedad terca con la verdad de que tal vez la guerra no es la mejor opción.
Buena película… a secas
Sé que la primera secuencia de la película me voló la cabeza, no tanto por su importancia dentro de la historia, sino por la calidad técnica: de no saber que era una película animada, nunca se me hubiera ocurrido. Ese es un mérito que no se le puede negar en absoluto.
En lo demás, me parece una película que cumple, sin sorpresas, con lo que necesita. Si bien no me gustó tanto sentirla tan predecible: la historia del héroe —la heroína— en un mundo monstruoso que prueba que los monstruos son otros, no es nueva en lo absoluto y se ha visto bastante en los últimos años. La idea de los monstruos que sólo nos exponen como monstruos bípedos y lampiños ya la vi antes. No obstante, entiendo que no soy el público al que está destinada, y con eso en mente me parece de sobra una interpretación muy bonita de esa historia.
Conflictos generacionales, una constante
Hace unos días hablaba con una amiga de cómo, a diferencia de otros años, últimamente he notado una tendencia muy clara a abordar más el trauma generacional en las nuevas historias, especialmente en el cine para infancias (RED; Encanto; Moana; Frozen, a su manera, etc).
Y no me molesta.
En un periodo en el que la conciliación y el encontrar nuevas formas de relacionarnos entre nosotros y con el mundo han cobrado un papel urgente, me da alegría y me gusta que las infancias puedan aprender de un conjunto de historias como esta.
No compite ni de cerca con El gato con botas 2: El último deseo y Pinocho de Guillermo del Toro, pero me parece que, separada de los premios, es una película que vale la pena ver con alguien, con nuestra gente querida.