Sí, no me gustan los live action de Disney. Sí, creo que son innecesarios y sí creo que poco aportan a las narrativas que consumimos hoy en día. Sin embargo, creo que el caso específico de La Sirenita merece la mención por la discusión tan desmedida e innecesaria que detonó en redes sociales. Cualquier película que haga enojar tanto a tanto facho, merece una mención.
Sobre todo cuando la versión es, dentro de toda esta corriente de refritos, una que se siente incluso mejor que la película original. La historia no es diferente (por más que me hubiera gustado); la forma en la que escribieron a Ariel y al príncipe Eric, como un reflejo claro uno del otro, me encantó, porque se siente mucho más orgánica que en la versión de 1989; Halle Bailey es maravillosa y logró que grandes canciones fueran todavía mejores; Javier Bardem ni se diga. La película es buena. Pero no que me quedo sin conflictos.
El que mucho abarca poco aprieta
El principal problema que tengo con los nuevos live actions es que, en aras de empotrar ideas y mensajes contemporáneos —ultra importantes— en historias viejas, muchas veces terminan dejando ambas cosas con qué desear: la historia y el discurso. Con esta película me pasó algo parecido.
Uno de los temas más recurrentes de los últimos años, en el cine y en el consciente colectivo en general es la reparación del trauma generacional. El sanar las relaciones entre padres e hijos causadas por la ausencia de terapia en momentos clave. Lady Bird; Everything, Everywhere, All at Once; RED; etc. Y es un tema interesante (muchas veces más rico que el interés romántico ya tan revolcado).
Y por momentos se siente que La Sirenita va a ir por ahí. El Tritón de Javier Bardem no ayuda, porque se roba la historia por momentos. El potencial que tiene la relación entre Ariel y Tritón era infinito y me quedé con ganas de que se explorara más. Sobre todo porque el tiempo que usaron en no explorarlo, fue en el arco original, el romance shakesperiano entre Eric y Ariel… que también se siente corto, porque medio exploraron el otro. Ahí es donde la película me quedó más a deber.
Al final, las críticas no importan
Quiero cerrar este texto diciendo que al final del día, con esta película en específico, ninguna crítica importa. Las 400 palabras que he escrito hasta ahora, de poco sirven. Los tuits de fascistas nefastos, ni se diga. Porque no es una película para criticarse. Porque no es una película para nosotros. Es para infancias, punto.
Qué bueno que esta historia pudo evidenciar a tanta persona racista allá afuera, porque a la vista son menos peligrosos que cuando disimulan. Me duele que tanta gente se pierda de las cosas importantes con tal de aferrarse a sus propias vergüenzas.
Vayan a ver a La Sirenita si quieren, no porque sea una buena película o no. Vayan a disfrutar de unos bien merecidos minutos de nostalgia. Vayan, si pueden, con los niños y las niñas que tengan en su vida, en el contexto que sea. Vayan con elles y disfruten ver cómo alguien se enamora, como nosotros, de historias que van a acompañarles toda la vida.