Opinión Lentes Púrpura |

Las mujeres no son territorio de conquista

Los cuerpos de las mujeres son propios, promover la idea de que son "territorios de conquista" es perpetuar una cultura de violencia y discriminación de género.

En conflictos armados alrededor del mundo, la violencia sexual ha sido utilizada como arma de guerra durante siglos, dejando en el camino un rastro de dolor y trauma imborrable en la vida de las mujeres. Desde la antigüedad hasta nuestros días, esta forma extrema de violencia ha sido empleada para someter y desestabilizar a comunidades enteras. Sin embargo, las mujeres han sido el objetivo principal de estas atrocidades, siendo víctimas de violaciones masivas, esclavitud sexual, mutilaciones y otros abusos brutales.

En tiempos de guerra, los cuerpos de las mujeres se convierten en campos de batalla, utilizados como instrumentos de castigo, poder y conquista territorial. Es necesario entender que la violación como arma de guerra va mucho más allá del acto en sí mismo. No se trata de un simple acto de violencia sexual, sino de una estrategia premeditada para deshumanizar, humillar y destruir a una población, generando un clima de miedo y desesperación.

Los agresores buscan imponer su dominio y poder sobre las víctimas, a menudo actuando con total impunidad, ya que es poco probable que enfrenten consecuencias por sus acciones. La violencia sexual en los conflictos armados se basa en la idea de que los cuerpos de las mujeres son “territorios” que pueden ser conquistados, controlados y abusados, lo que perpetúa la idea de que las mujeres son propiedad de los hombres y objeto de su voluntad.

Esta es una manifestación extrema de la mentalidad errónea que considera a las mujeres como trofeos. Los cuerpos de las mujeres son propios, promover la idea de que son “territorios de conquista” es perpetuar una cultura de violencia y discriminación de género, no solo en los conflictos armados, sino en todas las esferas sociales. Esta premisa patriarcal profundamente arraigada ha llevado a la cosificación de las mujeres, considerándolas como meros objetos de deseo y control.

Si bien, cuando se trata de conflictos, esta mentalidad se intensifica y se traduce en una violencia sexual sistemática, el problema permea en todas las sociedades y se manifiesta de diversas formas. La violencia de género adopta múltiples formas y se presenta en diversas dimensiones de la vida de las mujeres, afectando su seguridad física y su bienestar emocional y psicológico.

En las sociedades pacíficas, la violencia sexual es una realidad cotidiana para miles de mujeres. La explotación sexual es un fenómeno preocupante que traspasa fronteras y afecta a mujeres en todo el mundo y la violencia doméstica sigue siendo un problema alarmante, presente en todos los estratos sociales y culturales.

Estas formas de violencia de género son el resultado de una estructura de poder desigual y de una cultura misógina que tolera la discriminación y la agresión hacia las mujeres. La cosificación de los cuerpos de las mujeres y su consideración como “territorios de conquista” es un reflejo de esta desigualdad de poder y de una mentalidad que somete a las mujeres. Las mujeres tienen autonomía sobre sí mismas y sus cuerpos no son objeto de dominio por parte de nadie más.

El cambio real y duradero solo será posible si transformamos las estructuras de poder desiguales y erradicamos la cultura de violencia de género. Esto implica desafiar y cuestionar normas y prácticas sociales que perpetúan la discriminación y la violencia, asumir responsabilidad de los comportamientos propios y exigir el fortalecimiento de los mecanismos de rendición de cuentas para garantizar que los perpetradores enfrenten consecuencias.

Además, es fundamental garantizar que las voces y perspectivas de las mujeres sean escuchadas y tomadas en cuenta. La participación activa de las mujeres en la política, la economía y la sociedad en general es esencial para construir una sociedad más justa y equitativa. Erradicar la violencia de género y cambiar la estructura patriarcal es un proceso desafiante, pero es un objetivo que debemos perseguir hasta alcanzarlo.

Las mujeres no somos territorio de conquista. Somos dueñas de nuestros cuerpos, nuestro destino y nuestra dignidad. Reclamamos nuestro lugar en la sociedad, no como objetos de deseo y dominación, sino como seres humanos con derechos y libertades inalienables. Juntas estamos construyendo un futuro donde la violencia de género sea cosa del pasado, donde florece el respeto, la empatía y el entendimiento.

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