Desde corta edad se nos enseña a desconfiar de nuestras instituciones. Desde la niñez parece que nos tatúan el significado de “corrupción” en la frente. Aunque ni siquiera sepamos la definición concreta de la palabra, la usamos para definir a nuestras instituciones que deberían protegernos. Aprendemos a tener miedo. Miedo de que nos pase algo por alzar la voz o por contar las injusticias que vivimos. Encima de esto, las mujeres que crecimos con el típico “calladita te ves más bonita”, ¿por qué esperarían que fuera fácil denunciar un abuso?
No crecimos con una buena cultura de la denuncia (a pesar de que esta es fundamental para el proceso legal). Lamentablemente, todas tenemos una historia de abuso. Alrededor de 50 millones y medio de mujeres y niñas mayores de 15 años han vivido algún tipo de violencia a lo largo de su vida (Inegi, 2022).
Pero, ¿por qué después de tanta información por parte de campañas de sensibilización sobre la denuncia, las mujeres no pedimos ayuda? ¿Por qué las mujeres no nos alejamos de las relaciones tóxicas que pueden llegar a abuso físico? ¿Por qué no denunciamos nuestro caso de violencia digital? ¿Por qué “nos dejamos” golpear”? ¿Por qué las mujeres no denuncian, y ya?
En primera instancia, algo tiene que quedar claro: denunciar es reconocer que viviste abuso. Muchas mujeres no reconocen que vivieron abuso, ya sea por negación, o porque ni siquiera saben que lo que vivieron se llama abuso. Por otro lado, el reconocer que viviste abuso no es fácil, las mujeres a veces necesitan años para procesar lo que les pasó. Denunciar significa volver a vivir tu historia de abuso y estar lista para contarla. Implica estar dispuesta a contar tu historia a un sistema revictimizante y patriarcal.
Sumándole a esto, hay que tomar en cuenta los distintos contextos sociales en que se pueden ubicar las mujeres, ya que pueden estar en una situación de dependencia económica con su abusador (quien puede ser su mismo padre, su esposo o el padre de sus hijos). El abusador a veces es tu hermano, personas de tu círculo cercano, un “amigo” del mismo grupo que frecuentas, o alguien que es querido y conocido por muchas personas que conoces. Incluso puede que haya sido más de una persona. Y es por eso que nos consume la ansiedad: ¿Y si nadie me cree? ¿Y si pierdo todo lo que he logrado? ¿Y si mi abusador hace algo contra mí por venganza? ¿Y si me matan?
En otros casos es aún más difícil, cuando las mujeres no tienen acceso a la información ni a los procesos legales. Cuando ni siquiera saben qué proceso legal seguir o ni siquiera saben que tienen el derecho a la denuncia.
Y como si fuera poco, si saben que tienen el derecho a denunciar, saben que hay una gran probabilidad de que su caso quede impune. De acuerdo con El País (2021), la tasa de impunidad supera el 95% en casos que giren en torno a la violencia machista, solo un 2% de los casos termina en sentencia y tan solo una de cada 10 víctimas se atreve a denunciar a su agresor.
En ocasiones las mujeres deciden hacer una denuncia social. Ya sea subiendo su historia de forma anónima o con su nombre, narrando los hechos, el nombre de su abusador, fechas, fotos del victimario e incluso evidencias (si es que tienen). Sin embargo, a veces hay mujeres que tampoco desean optar por esta situación. Por ejemplo, en casos de violencia digital, a veces las víctimas ni siquiera optan por una denuncia social por miedo a que sus fotos se hagan más virales.
A pesar de todas los impedimentos y todo lo que conlleva denunciar, es importante que sigamos promoviendo una buena cultura de la denuncia, para que las mujeres se sientan acompañadas y puedan confiar en las instituciones que deben protegerlas para realizar su proceso legal lo antes posible. Debemos de seguir fomentando los espacios de sororidad y acompañamiento a las víctimas para que las mujeres puedan hacer su denuncia legal o social.
Si deseas denunciar y no sabes cómo hacerlo, acercarte a colectivos de tu ciudad para que te den asesoramiento o te canalicen con alguien que te lo pueda proporcionar. Si cuentas con la posibilidad, es importante que tu proceso lo lleves de la mano con terapia, pero no con cualquier terapeuta, sino con una psicóloga feminista o que tenga trayectoria en perspectiva de género. Antes de denunciar (aunque sea en un publicación donde expongas a tu agresor), asesórate con alguien que cuente con experiencia en el área para que en tu caso se haga justicia de la mejor manera.
No estás sola hermana, tu voz es escuchada por muchas. Tú sabes cuánto has trabajado en una situación de abuso que te ha dejado secuelas. Lamento que hayas tenido que ser fuerte en una situación que no te tenía que tocar. Recuerda que cuando alzas la voz, eres la motivación de otra para hacerlo.