Opinión Lentes Púrpura | mujeres | violencia de género

Todas somos machistas

Debemos tomar consciencia, pedir perdón, buscar una manera de reparar los daños, informarse y apoyar a nuestras amigas y compañeras que han sufrido violencia.

Todas las personas somos machistas, pero se entiende. Al estar en una sociedad patriarcal y coexistir en un mundo que se ha formado por y para los hombres, es normal que tengamos pensamientos machistas. Pero dentro de esta sociedad patriarcal existen dos personas: las que están en proceso de deconstrucción y las que quieren seguir siendo parte del problema.

Gracias a los movimientos feministas de las últimas décadas se ha podido visibilizar la desigualdad de género y paulatinamente han habido más hombres que asumen su privilegio en la sociedad. Sin embargo, poco se habla de que las mujeres también podemos ser machistas y misóginas. Hay un concepto muy decepcionante conocido como “misoginia interiorizada”, esta es la internalización involuntaria que hacemos las mujeres de todos los mensajes machistas existentes en esta sociedad y que nos llevan a juzgarnos a nosotras mismas y a nuestras compañeras.

Digo que este concepto es triste porque las mujeres por el simple hecho de serlo ya sufrimos violencia de género por hombres, vivimos en una sociedad que nos desprestigia por nacer mujer y donde no morimos de viejas, sino por ser “viejas”. Si el mundo está tan de la fregada para las mujeres, ¿por qué entre nosotras nos lo hacemos más difícil? ¿Por qué replicar los discursos de la violencia machista que ejercen los hombres? ¿Por qué llamar a una mujer que te cae mal “zorra”? ¿Por qué ridiculizar a tus amigas por validación masculina?

Esto tampoco es totalmente nuestra culpa. Desde pequeñas se nos ha enseñado que entre mujeres estamos enemistadas y que la verdadera amistad entre mujeres no existe. Con todo esto no quiero caer en el repugnante cliché de: “el peor enemigo de una mujer es otra mujer”. Y tampoco quiero decir que todas las mujeres debemos ser amigas. Lo que busco expresar, es que las mujeres deberíamos ser nuestra primera red de apoyo en este mundo patriarcal. No significa que todas nos caeremos bien, pero hay una línea muy delgada que marca la sororidad. En un lado está el acompañamiento y la empatía entre mujeres en esta lucha feminista, y del otro lado está el ser una victimaria.

Por ejemplo, una mujer con la que me haya peleado, con la que un ex novio me engañó, o por la que recibí malos tratos laborales, no va a ser mi amiga y no tiene por qué serlo. Pero si esa mujer sufre violencia feminicida o es abusada sexualmente, seguiría quemando las calles por ella. Porque aunque no es mi amiga y no es de mi agrado, todas vivimos en el mismo sistema opresor. No será mi amiga y probablemente ni quiera convivir con ella en lo más mínimo, pero la sororidad implica ser empáticas al tratarse de violencia de género.

También la empatía entre nosotras incluye informarse de la lucha feminista. Cuando publico artículos, es común que reciba algunos intentos de cumplidos como: “Qué bueno que estés abordando el problema de esta manera, esas sí son maneras de hacer consciencia, no como esas feminazis que destruyen monumentos”. Como si yo misma no pudiera estar a favor de la iconoclasia y no fuera a destruirme la garganta en las marchas feministas.

Ninguna de nosotras se salva de haber ejercido violencia de género, ya sea replicando discursos machistas o incluso ejerciendo violencia, como ayudando a la difusión de fotografías sin consentimiento que inició un hombre.

Pero el punto de esto es tomar consciencia, pedir perdón, buscar una manera de reparar los daños, informarse y sobre todo, apoyar a nuestras amigas y compañeras que han sufrido violencia.

Hermanas, en esta lucha no podemos ser cómplices, los hombres ya tienen de facto el pacto patriarcal, no seamos parte de ese pacto. Déjate de llevar con tu amigo que abusó de alguien. No te quedes callada cuando escuches que a una mujer le dicen “puta”. No cuestiones la historia de abuso de tu hija. No impongas los estereotipos de género en tu casa.

En un mundo al que no le importan las mujeres, la sororidad y acompañamiento entre morras es clave para el cambio.

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