Le ganó la desconfianza a Lula da Silva, que despidió a más de 80 militares cercanos a la presidencia por el asalto a los tres poderes de Brasil. Los uniformados tenían la tarea de resguardar tanto el despacho del nuevo presi, como su residencia oficial —a la que todavía no se ha mudado—. El dramón consiste en que Lula temía que estos soldados pudieran ser del fandom de su antecesor, Jair Bolsonaro, por lo que no descarta que pudieron llegar a ser infiltrados en el ataque y en su administración. Con esto siguen creciendo las tensiones entre las Fuerzas Armadas y el gobierno entrante.