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El activismo me atravesó
Quizás el camino del activismo no está en la consigna sino en la conversación.
Hace un mes, una amiga me dijo algo que me atravesó: “Jess, ser psicóloga es tu profesión, no tu personalidad”. Lo sentí como un golpe suave. Me di cuenta de cuánto había dejado de lado mi juego, mi humor, mi placer, por sostener una imagen de “mujer fuerte y consciente”. El activismo se había vuelto una extensión de esa exigencia: una lucha que me pedía ser ejemplar, lúcida, contenida. Pero ¿dónde quedaba mi risa? ¿mi cuerpo? ¿mi erotismo?
Hace unos años comencé a llamarme acompañante y, hace poco, terapeuta feminista. Era una forma de nombrar el trabajo que hacía en la calle, en refugios, en llamadas, con mujeres que sobrevivían a la violencia. Pero también era una necesidad de validación: una etiqueta que garantizara que mi trabajo fuera visto como legítimo dentro del activismo y la defensa.
Con el tiempo, sin darme cuenta, esa etiqueta se volvió una armadura. Era “la psicóloga”, “la que sostiene”, “la que sabe”. Mi ser se fue diluyendo entre protocolos, reuniones y discursos sobre el cuidado, mientras yo me olvidaba de cuidar la raíz de donde nació todo: mi propio cuerpo y mi deseo.
Judith Butler escribió que el género, y por extensión nuestras identidades políticas, son performances repetidos: actos que se sostienen en el tiempo hasta parecer naturales. He pensado que el activismo también tiene su propio performance. Esa puesta en escena del “deber ser feminista”: la coherente, la fuerte, la que nunca duda, la que contiene a todas. Cuando ya no se actúa con el cuerpo, sino para un público, la organización, las redes, el círculo feminista, la institución, la acción deja de ser encarnada y se convierte en una coreografía política: repetir consignas, cuidar cómo te ves, qué dices, qué tan coherente pareces, qué tanto encajas en “lo correcto”.
Ese performance puede ser útil; ayuda a comunicar, a visibilizar, incluso a protegernos. Pero si no se revisa, termina colonizando el cuerpo. Nos desconecta del placer, del cansancio, del error, de la ternura. Y entonces el activismo deja de ser un espacio de libertad para volverse una estructura que regula quién puede gozar, llorar o fallar.
A veces siento mi cuerpo como un hilo tenso. Y pienso que el tejido colectivo también está así: al borde de romperse. Las adversidades no dejan de llegar, pero seguimos aquí, sosteniendo, resistiendo. Y me pregunto si en ese sostener también nos estamos exigiendo demasiado, si entre tanto esfuerzo por no soltar, olvidamos escucharnos.
¿Cómo honrarnos por toda la resistencia que ya hemos hecho, esa que a veces parece pequeña?
¿Cómo reparar sin excluir al cuerpo?
¿Cómo volver a encontrarnos en medio de tanto desencuentro, de tanta polarización, de tanto cansancio?
Transformar la realidad implica transformarnos, y eso también duele. Porque la agencia no está solo en denunciar, sino en elegir: dónde ponemos la energía, la palabra, el cuerpo.
No soy activista ni psicóloga: soy humana.
Soy lo que decido ser cada día.
Y en esa humanidad imperfecta me reconozco: aprendiendo, cuidando mejor, reflexionando sobre cómo nos relacionamos.
Quizás el camino del activismo no está en la consigna sino en la conversación. En atrevernos a hablar del cansancio, de los límites, de las heridas que todavía supuran. Que no hay ternura sin tiempo, ni cuidado sin pausa.
Intentemos entonces que el activismo no sea solo denuncia, sino práctica cotidiana de reparación, de imaginación política, de cuidado. Porque solo el tejido honesto, encarnado y vivo puede sostenernos ante el horror.
SOBRE LA AUTORA
Psicóloga para entender, activista para cambiar. Afromexicana y orgullosa de mis raices y cultura. Amante del teatro y del jazz, y creyente de que el arte es una herramienta valiosa de impacto social.
Desde la academia y la clínica, deje de apostar a patologizar el trauma. Frente al silencio en el aula sobre el impacto del contexto socio-político en la salud mental, emprendí un camino al reconocimiento de las formas de resistencia de las comunidades y acompañarlas en sus procesos de reinserción.
Le apuesto a la narrativa en la clínica, entendiendo que somos construcciones de significados. Mis intereses abarcan temas de reinserción, economía solidaria, justicia, violencia social y autocuidado.