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Inquisición en Nueva España: Cuerpo, género y poder

La figura de la bruja emerge como el chivo expiatorio sobre el concepto de la misoginia institucionalizada, anticemitismo y racismo.

México también tiene una historia con la Santa Inquisición. Pero para remontarnos en esa historia hay que irnos hasta la Nueva España, si bien el rigor se centró en el criptojudaísmo (como ilustra magistralmente la película El Santo Oficio (1973) con el caso Carvajal. Se utilizó la misma maquinaria de terror para perseguir la brujería y la hechicería. La conexión entre la religiosidad y el género se sostiene dentro de una configuración de criminalización y racismo.

YouTube / El Santo Oficio

El Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición se estableció formalmente en la Ciudad de México en 1571. Su función era garantizar la ortodoxia católica y la pureza de la fe en los territorios coloniales. A diferencia de Europa, su jurisdicción inicial no aplicaba a las poblaciones indígenas (que estaba bajo el control de obispos), sino a los españoles, criollos, mestizos y otras castas consideradas cristianos viejos. Este tribunal se dedica a perseguir el criptojudaísmo (especialmente notorio tras la llegada de conversos portugueses), el protestantismo y las ideas ilustradas, por supuesto, también la hechicería y la brujería.

La Inquisición no tenía como objetivo ejecutar brujas a gran escala en toda Europa, sino más bien eliminar la heterodoxia y la superstición, que consideraba una amenaza para el orden social y moral colonial. Sus castigos variaban desde la humillación pública, como los sambenitos y los azotes, hasta la confiscación de bienes y, en los casos más extremos, la pena de muerte en la hoguera.

Lo que caracterizó la inquisición en Nueva españa no fue en sí “la caza de brujas” de Europa, su singularidad fue que transformó un mecanismo de control social y radical único en América. Tenía el poder no solo de castigar la herejía, sino de arruinar el linaje y estatus sociales de las familias, ya que funcionaba con un registro en donde quedaba marcado oficialmente el "deshonor" y la "impureza de sangre".

En una sociedad obsesionada con el ascenso social, el Inquisidor se convirtió en el guardián de la jerarquía de castas: perseguir a un hereje se trataba de una manera de mantener a esa persona y a sus descendientes en el peldaño más bajo de la pirámide colonial. Al documentar y hacer público el pecado, el Santo Oficio creaba un registro oficial del deshonor que impedía a las familias "manchadas" acceder a posiciones importantes o integrarse en la élite. Por esta razón, la Inquisición mexicana se convirtió en un terror social mucho más corrosivo y duradero que la simple pena de muerte, ya que definía la identidad, el destino y la pureza racial y moral de los novohispanos.

Es importante comenzar a entender la historia desde una perspectiva de género y colonial. La figura de la bruja emerge como el chivo expiatorio sobre el concepto de la misoginia institucionalizada, anticemitismo y racismo. El mismo concepto se edificó sobre el precepto teológico en que las mujeres eran más débiles, carnales y por lo tanto no podían dejar de sucumbir ante los encantos del Diablo. Este imaginario colocaba al cuerpo femenino en el centro de la herejía. Tal como menciona Sergio C. Sánchez, las mujeres acusadas de brujería eran percibidas como apóstatas que habían sellado su pacto a través del coito carnal con el Demonio. Estas ideas justificaban el acto de violencia más facil, despojar a la mujer de su papel de santas, vuelve el proceso de crueldad específica más sencillo. Los procesos inquisitoriales transforman el cuerpo de la mujer en un objeto pasivo de escrutinio.

El acto de desnudar y rasurar a la acusada en busca de marcas demoníacas era, fundamentalmente, un acto de humillación y control social. Incluso sin llegar a la violación explícita, el proceso era una forma de violencia de género sistemática: la mujer a merced de jueces y verdugos masculinos. Bajo amenaza de tortura física, enfrentaba una coacción psicológica donde la amenaza sexual era constante e implícita. Según Solange Alberro en sus estudios sobre la Inquisición en México, destaca que el tribunal se aferraba a la moral y sexualidad, es decir, las acusaciones de hechicería se dirigían a menudo a mujeres marginalizadas —viudas, solteras, mulatas o indígenas— que desafiaban las normas de género al ejercer algún tipo de poder informal (curandería, adivinación).

El Tribunal del Santo Oficio en Nueva España trasciende a la historia. Ya que fue una herramienta institucional que sirvió para tres objetivos: erradicar la heterodoxia (representada por el criptojudío y el hereje); perpetuar el orden colonial y racial (al documentar la 'impureza' y negar el ascenso social a las castas); y asegurar la subordinación de género (al castigar la sexualidad y el poder informal de la mujer a través del arquetipo de la bruja).

Al someter cuerpos a una tortura, plagada de estructuras que fomentan el odio estos mismos, transforma la verguenza publica en un arma de obediciea y subordiación, que sigue siendo parte de nuestra cultura o historia tal como lo plantea Rita Segato en su libro La guerra contra las mujeres (2016, p. 18): “La violencia no es del orden de lo sexual, sino del orden del poder. No se trata de agresiones originadas en la pulsión libidinal traducida en deseo de satisfacción, sino de crímenes que enuncian un pacto entre hombres: el de la capacidad de dominio jurisdiccional”. El santo oficio no solo buscó la fe, sino la pureza de la sangre, el terror que sembró dejó una marca indeleble en nuestra identidad y estratificación de lo que fue nueva españa y hoy México.

Referencias:

Alberro, S. (1988). Inquisición y sociedad en México, 1571-1700. Fondo de Cultura Económica.

González Obregón, L. (s.f.). Los Carvajal: un proceso de la Inquisición. (Consulta la edición específica de tu fuente).

Segato, R. L. (2016). La guerra contra las mujeres. Traficantes de S