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La verdadera paz no se premia, se construye cada día

Desde hace tiempo, el Premio Nobel de la Paz ha dejado de ser un símbolo universal de moralidad para convertirse en un instrumento político.

Hoy el mundo aplaude a una mujer que dedica su Premio Nobel de la Paz a un hombre que ha construido su carrera política sobre la discriminación, el racismo y la misoginia. Esto va más allá de ser un simple gesto, es la prueba de la poca coherencia ética que existe detrás de una medalla dorada y de la profunda desconexión entre quienes reciben los premios y quienes sostienen la paz en silencio todos los días.

Desde hace tiempo, el Premio Nobel de la Paz ha dejado de ser un símbolo universal de moralidad para convertirse en un instrumento político. El Comité Noruego, encargado de otorgarlo, asegura que reconoce a quien haya contribuido “a la fraternidad entre las naciones, la reducción de los ejércitos y la promoción de procesos de paz” (Naciones Unidas, s. f.). Sin embargo, este comité es designado por el Parlamento de Noruego, y aunque sus decisiones se presenten como imparciales, responden a los mismos intereses del poder global que dicen cuestionar. La historia del premio lo demuestra, ya que está llena de contradicciones al haber premiado a figuras que fomentaron conflictos, promovieron políticas en contra de los derechos humanos o perpetraron sistemas de opresión, poniendo en el centro una visión masculina de una paz desde el poder. 

Desde una mirada feminista, no basta con solo preguntarnos por qué seguimos concibiendo la paz como un logro masculino, sino de reconocer que las mujeres han sido sistemáticamente excluidas de ese relato. De los 112 Premios Nobel de la Paz otorgados a personas individuales desde 1901, solo 20 han sido a mujeres (The Nobel Prize, s. f.), lo que evidencia la sistemática exclusión de las mujeres en la narrativa oficial de la paz. La mayoría de los Nobel de la Paz se han otorgado a líderes, políticos y negociadores, figuras individuales que encarnan la idea del hombre héroe salvador, mientras que las verdaderas constructoras de la paz siguen sin ser reconocidas. 

Son las mujeres que trabajan la tierra y protegen los ecosistemas, las mujeres indígenas que defienden sus territorios, las madres que buscan a sus hijos desaparecidos, las activistas que luchan por la justicia y contra la impunidad, y las personas de comunidades diversas quienes luchan y resisten, quienes desde sus comunidades construyen la paz con acciones reales, una paz basada en la solidaridad la igualdad y la justicia. Sin embargo, en lugar de ser reconocides por su labor y su valentía, muchas enfrentan amenazas, persecución y constantes violaciones a sus derechos humanos.

Foto: Francisco Lion / COTRIC

 Foto: Nathalia Angarita

Foto: Sáshenka Gutiérrez / EFE

La dedicatoria de María Corina Machado a Donald Trump simboliza ese vacío moral detrás de un premio que supone honrar la paz. Es una paz entendida como triunfo, no como justicia, celebrando el discurso y no los verdaderos actos, de donde surge su mayor contradicción, pues premian una paz de élites, totalmente desconectadas de quienes sostienen la paz desde abajo.

La verdadera paz no se otorga ni se entrega en una medalla, se construye todos los días en las manos de quienes curan, alimentan, luchan y resisten. Y aunque su labor quede muchas veces invisible, como sociedad no basta solo con reconocerlo, debemos unirnos en solidaridad con su lucha, porque este mundo que compartimos sólo podrá transformarse si lo construimos en base justicia, empatía y dignidad para todas, todos y todes. Solo así alcanzaremos la verdadera paz.

Referencias

Naciones Unidas. (s. f.). Premio Nobel de la Paz. https://www.un.org/es/about-us/nobel-peace-prize

The Nobel Prize. (s. f.). All Nobel Peace Prizes. Nobel Prize Outreach. https://www.nobelprize.org/prizes/lists/all-nobel-peace-prizes/