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Más allá del “girlboss”: la femósfera y la promesa fallida del empoderamiento femenino
La femósfera se adapta perfectamente a la lógica algorítmica: combina estética aspiracional, emociones fuertes y promesas simples en un mundo que se siente cada vez más complejo.
Después de décadas de promesas y frases de empoderamiento femenino que culminan en jornadas de fatiga y explotación, las nuevas generaciones de mujeres parecen haber encontrado una salida paradójica: apelar al mismo esencialismo biológico, fatalismo y rechazo social de la machósfera. En un contexto donde el discurso del “poder femenino” se mezcló con la lógica neoliberal del éxito individual, muchas jóvenes se sienten traicionadas. No por el feminismo en sí, sino por una versión neoliberal de este en el que ser independiente y ser productiva es una obligación más que una liberación. Hay que ser todo, todo el tiempo.
En los rincones más oscuros del internet, florecen comunidades alimentadas por este exacto desencanto, tristeza y sensación de vacío: la femósfera.
Este es un término acuñado por la Dra. Jilly Kay en 2024, y se refiere a una ecología digital de comunidades de mujeres que surgen como reacción espejo a la machósfera, donde la frustración y la ira por las condiciones actuales de ser mujer se dirigen no contra otras mujeres, sino contra el patriarcado y el feminismo liberal, que se ha centrado en el éxito personal, la confianza, el dinero y el poder, llevándonos a una doble carga de trabajo; tanto emocional como laboral.
Además, la femósfera se adapta perfectamente a la lógica algorítmica: combina estética aspiracional, emociones fuertes y promesas simples en un mundo que se siente cada vez más complejo. Responde a la necesidad de encontrar una certeza y sentido en medio del caos, pero también a la urgencia de tejer redes de apoyo y comunidades para contrarrestar los efectos del sentimiento de soledad.
Dentro de estas comunidades, las conversaciones oscilan entre la crítica a las dinámicas heteronormativas y la resignación. Incluso, algunas de sus integrantes se autodefinen como femcels (female + involuntary celibate), una adaptación del término incel pero desde una experiencia femenina: mujeres que se sienten no deseadas, invisibles o emocionalmente marginadas en un sistema que promete amor, validación y éxito… pero que en la práctica las rechaza o las desgasta. A diferencia de los incels, las femcels también comparten la experiencia de la opresión patriarcal a través de los estándares de belleza y la violencia misógina; por el miedo constante a la violencia y acoso sexual.
Pero realmente, lo más interesante — e inquietante a la vez — es cómo influencers y crras de contenido han retomado la feminidad tradicional o la feminidad oscura bajo la idea de que renunciar a la independencia económica y emocional es un acto de autocuidado. Influencers como Kanika Batra, Thewizardliz o SheraSeven mezclan el empoderamiento femenino con la manipulación, promoviendo estrategias de seducción y control emocional hacia los hombres con el objetivo de obtener estabilidad económica y que ellos “las mantengan”.
En las redes sociales circulan videos virales sobre “energía femenina y masculina” o de “bare minimum vs. princess treatment”, apelando a un patriarcado que ya no se presenta como enemigo, sino como refugio. Es el retorno simbólico al hogar, al cuidado, al rol “natural”, pero desde una estética cuidada, digital y aspiracional.
Se argumenta que la promesa de una verdadera equidad de género es imposible, ya que hay realidades innegables entre hombres y mujeres que, más allá de acercarnos a un mundo más equitativo, justo y seguro, nos venden promesas falsas para mantenernos subyugadas. Mientras la machósfera apela a una cultura red pill (inspirada en The Matrix y el concepto de “abrir los ojos” ante la realidad del mundo), la femósfera se concentra en una pink pill, donde las mujeres “despiertas” aceptan que la igualdad no es posible. Ambas ideologías aceptan que la jerarquía “natural del género” es inmutable e inamovible. Y por ello, se alienta a tomar provecho del mismo patriarcado, aprender a jugar y sacarle el mayor beneficio a sus reglas; una mentalidad parecida al “si ya me van a oprimir, al menos saco provecho de ello”, pero en donde realmente la opresión no se ve como tal, sino como el orden natural de las cosas.
Kay le llama a esto una “estructura de sentimiento anti-esperanza”: una cultura emocional basada en la desesperanza y el realismo cínico. La clave, entonces, no está en la resignación, sino en una frustración sin escape.
Sin embargo, es importante reconocer que la femósfera no es un bloque homogéneo. Dentro de ella coexisten múltiples matices: desde las femcels que comparten experiencias de dolor y rechazo, hasta las tradwives que promueven la feminidad tradicional y las dark feminines que reivindican la seducción como poder. Todas responden a una misma raíz de desilusión, pero no lo hacen de la misma forma.
Quizá, más que juzgar o romantizar estas comunidades, lo que necesitamos es realmente entender qué nos están tratando de decir. La femósfera es el síntoma de una época en la que la emancipación y la rabia femenina se convirtieron en mercancía, en playlists de Spotify y en playeras con slogans pseudofeministas como “fuck the patriarchy” o “the future is female”. No son sólo herramientas que buscan la estabilidad que el feminismo liberal ha fallado en proveer, sino una crítica a un movimiento que ha cooptado las lógicas capitalistas y las estructuras de poder masculinas como medios de una supuesta liberación que nunca llega.

El agotamiento emocional como estado permanente, el vacío colectivo y el hartazgo frente a un sma que promete libertad sin garantizar justicia son sentimientos que no nos son ajenos. Y en ese sentido, tal vez la pregunta no sea por qué algunas mujeres están recurriendo a la femósfera, sino qué tan profundo es el cansancio que las llevó a pensar que, entre todos los infiernos posibles, este es el menos hostil.
