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No es solo un huracán...
Se podrían haber caído casas, pero lo que no se ha derrumbado es el tejido comunitario, la dignidad y la voluntad de reconstruir desde abajo.
Debe de formarse uno para registrarse en los apoyos que habrá próximamente… pero, ¿con quién dejo a tu abuelo? Me siento sola. Solo escuché cómo llegaba el ventorrón, las láminas, los animales gritando y cómo iban cayendo los árboles. La verdad, sí temí por todo. Me preguntaba ¿debo ir a un refugio, cómo me lo llevo?
Ya nos sentimos mejor, pero salí corriendo por un poco de despensa y, al regresar, tu abuelo se había caído. Tiene golpes en el rostro y cuerpo ¿Como voy por los apoyos si debo de estar al cuidado de tu abuelo? Ya mis brazos me duelen al cargarlo, mi cuerpo me pide descanso, pero veo la casa tirada, debo sacar el agua de la casa y comenzar a quebrar el árbol que se vino abajo. Me siento sola. Estoy cansada…
Estas fueron las palabras que me dijo mi mamá después de tres días de intentar hablar con ella. Las redes estaban caídas por el huracán Erick, que tocó la Costa Chica de Oaxaca. Lo primero que supe de ella no fue una lista de daños materiales, sino una confesión profunda de soledad, cansancio y miedo. Porque en momentos así, lo que se quiebra no sólo son las casas, también los cuerpos que sostienen la vida, los vínculos que se cortan cuando falla la señal, las redes de apoyo que no alcanzan.
Erick tocó tierra en lugares como Corralero, Collantes, El Ciruelo, Tututepec, Santiago Llano Grande, entre muchos otras. Territorios afromexicanos históricamente marcados por el abandono. La tormenta sólo vino a profundizar una desigualdad preexistente, a evidenciar lo que ya sabíamos: que estos pueblos, pese a todo, siguen sin figurar en los mapas de poder.
Este texto no es una crónica del desastre. Es un llamado. A mirar con atención lo que no está sólo entre los escombros, sino en todo lo que no se ha querido ver durante décadas.
Sí, se cayeron casas. Se perdieron lanchas. Se dañaron escuelas. Pero mientras el huracán arrasaba, las mujeres seguían cuidando, como mi mamá, mis primas, como mis tías. Como tantas otras mujeres afromexicanas que han sido cuidadoras históricas: de la vida, de la cultura, del territorio, pero que lo hacen en silencio, cargando con los cuerpos de sus mayores; se organizan para buscar alimento, para contener a sus hijos, para reconstruir una vez más lo que ya han reconstruido tantas veces. Esa es la cara invisible de cada desastre: el trabajo de cuidado que nunca se detiene y que, en momentos de crisis, se multiplica sin que se nombre.
Además, las comunidades afro no solo enfrentan fenómenos naturales extremos, también resisten diariamente al abandono institucional, al racismo estructural y la precarización de sus formas de vida. Son territorios vivos que siguen esperando algo más que atún y ropa, esperan ser parte de una política que les escuche, que les reconozca, que no les deje solas.
Hoy vemos imágenes de representantes del gobierno posando con cajas de víveres. Y claro que se agradece la ayuda inmediata, pero no podemos conformarnos con eso. Ojalá esas cajas también vinieran de estrategias duraderas. Ojalá se llenaran con presupuestos etiquetados para las mujeres pescadoras que perdieron su única fuente de ingreso. Porque la verdadera ayuda es la que no olvida a las comunidades cuando los focos se apagan y la emergencia deja de ser trending topic.
Entonces ¿que sería la justicia climática en estos casos? No sólo hablamos de contener huracanes, sino de reparar una deuda histórica con quienes han cuidado la vida en condiciones precarias. Una justicia que incluya vivienda digna, infraestructura resiliente, servicio de salud accesible y una economía que no dependa de la sobrevivencia.
Desde distintos espacios, colectivas, comunidades y redes de mujeres nos estamos organizando para canalizar ayuda económica y solidaria. Pero también para hacer un llamado más profundo: que esto no se quede en la urgencia de hoy, sino que se traduzca en un trabajo sostenido, con memoria, con acompañamiento, con dignidad. No se trata solo de donar. Se trata de saber a quienes les estamos dando y por qué han tenido que resistir tanto tiempo sin lo mínimo garantizado.
Hoy, muchas casas se cayeron. Pero lo que no se ha derrumbado, y no debemos permitir que se derrumbe, es el tejido comunitario, la dignidad, la voluntad de reconstruir desde abajo. Es una apuesta por lo comunitario, por el trabajo en red, por un acompañamiento que no romantiza la resistencia, sino que exige justicia para las comunidades. Lo que urge ahora es que ese tejido sea reconocido, fortalecido, acompañado con políticas que estén a la altura de su historia y su resistencia.
Cuidar también es resistir.
Y resistir también es exigir.
No más cuidados silenciados
No más territorios ignorados
Que la ayuda venga con memoria
Que la ayuda venga para quedarse
SOBRE LA AUTORA
Psicóloga para entender, activista para cambiar. Afromexicana y orgullosa de mis raices y cultura. Amante del teatro y del jazz, y creyente de que el arte es una herramienta valiosa de impacto social.
Desde la academia y la clínica, deje de apostar a patologizar el trauma. Frente al silencio en el aula sobre el impacto del contexto socio-político en la salud mental, emprendí un camino al reconocimiento de las formas de resistencia de las comunidades y acompañarlas en sus procesos de reinserción.
Le apuesto a la narrativa en la clínica, entendiendo que somos construcciones de significados. Mis intereses abarcan temas de reinserción, economía solidaria, justicia, violencia social y autocuidado.