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Siembra un árbol y descolonízate: la ética global de Wangari Muta Mathaai
Hay una corriente de activismo ambiental africano que apuesta por el cuidado ambiental como una clave para comprender la equidad.
A propósito de la COP30, donde diversos activistas, líderes y organizaciones de todo el mundo se dieron cita para discutir sobre los desafíos y prácticas transformadoras para el futuro climático, vale la pena recordar que, desde inicios de los años 2000, el activismo ambiental africano ya hablaba sobre la importancia de promover culturas de paz mediante el cuidado ambiental.
A diferencia del activismo woke donde el cuidado ambiental se presenta como una continua paradoja de consumo, explotación y relaciones de poder que mantienen lógicas de subordinación entre personas y comunidades, hay una corriente de activismo ambiental africano que apuesta por el cuidado ambiental como una clave para comprender la equidad.
Wangari Muta Mathaai nació el 1 de abril de 1940 en Nieri, una provincia central de Kenya y durante toda su vida fue la primera mujer del África Oriental en muchas cosas, por ejemplo: en 1964, obteniendo el grado de universitario en biología por el Mount St Scholastica College, de Kansas. Treinta y un años después, en 1971, nuevamente sería pionera, esta vez por graduarse del doctorado en Anatomía por la Universidad de Nairobi. Cuando tenía 35 años comenzó a involucrarse en el Consejo Nacional de Mujeres de Kenya y en 1981, a la edad de los 41, se convirtió en Presidenta del Consejo, puesto que ocuparía durante los siguientes seis años, hasta 1987.
No hay una cifra exacta pero, se estima que desde 1976 hasta 2011 (año en que falleció Maathai), fueron sembrados poco más de 50 millones de árboles gracias a las manos y la fuerza colectiva de Wangari.
Pero, ¿por qué plantar árboles se convirtió en una práctica transformadora y revolucionaria? En 1995, en el marco de la IV Conferencia Mundial de la Mujer de las Naciones Unidas, Pekín, China, Wangari Muta Mathaai declaraba que “el mundo necesita una ética global con valores que den sentido a las experiencias de vida y que, más allá de las instituciones y dogmas religiosos, sustenten la dimensión no material de la humanidad. Los valores universales de la humanidad —amor, compasión, solidaridad, cuidado y tolerancia— deben constituir la base de esta ética global”. Sembrar un árbol, por tanto, va más allá de un acto de restitución ecológica, significa cultivar la humanidad dado que los valores universales de ésta, resultan ser inherentes al proceso de sembrar y procurar la tierra.
Con el tiempo Wangari consolidó el Movimiento del Cinturón Verde, un proyecto que mientras le hacía frente a la sequía, también empoderaba a mujeres y promovía una cultura de paz y participación ciudadana centrada en sanación colectiva de los espacios. Este movimiento nació en medio de una coyuntura de despojo: el envenenamiento de los territorios rurales de Kenya por el uso desmedido de pesticidas y herbicidas que contaminaban el agua, enfermaban a los cuerpos y, sobre todo, borraban los sentidos de comunalidad. En el acto de plantar un árbol, Wangari encontraba una manera de garantizar igualdad de condiciones, y eso representaba el primer paso a la descolonización, porque se entendía que la participación ciudadana no requería de relaciones de poder, sino de un intercambio de conocimientos. “Plantar árboles empoderó a estas mujeres porque no era algo complicado. Era algo que podían hacer y cuyos resultados podían ver. Podían, con sus propias acciones, mejorar su calidad de vida.”
De esta manera la ética global de Watari Muthaai debe entenderse en una dimensión epistemológica más justa, la de ser un postulado ecofeminista decolonial de la filosofía comunitaria africana.
