El 24 de febrero se cumplió el primer aniversario de la invasión rusa a Ucrania, un conflicto que ha costado miles de vidas, desplazado a millones, provocado pérdidas económicas de más del 35% del PIB en Ucrania y que, gracias a la valiente resistencia de Kyiv, ha revitalizado el espíritu europeo de defensa y seguridad regional. Es en este contexto que los principales líderes de Occidente, así como representantes de más de 140 países, se reunieron en la Conferencia de Seguridad de Múnich, foro que desde 1963 agrupa a líderes de todo el mundo para discutir el futuro de la política de seguridad internacional.
La conferencia estuvo marcada por el llamado de los aliados europeos, principalmente el Reino Unido, Alemania y Francia para incrementar su presupuesto de defensa y proveer al gobierno de Volodymyr Zelensky del apoyo necesario para ganar el conflicto. Reconociendo el enorme reto logístico que esto presupone, la presidenta de la Unión Europea, Ursula von der Leyen, urgió a los miembros del bloque a incrementar la producción de armas y suministros; es así como por primera vez en décadas, Europa incrementa su presupuesto en defensa, sustentada por un fuerte apoyo de la población europea al esfuerzo de la invasión.
Es un hecho que el bloque de la OTAN y sus aliados, liderados por Estados Unidos, se ha visto revitalizado; sin embargo, la conferencia en Múnich mostró la multipolaridad de la realidad actual, ya que si bien la condena a la invasión Rusa es global, son varias las naciones “no-alineadas” que se niegan a sumarse a implementar sanciones y proveer a Ucrania de armas. China reiteró su respeto a la “integridad territorial de las naciones” y anunció que presentará un plan de paz. Por otro lado, Turquía, miembro de la OTAN, mantiene su abierta comunicación con Moscú; mientras que Brasil, si bien condena la invasión, se negó a enviar equipo militar a Ucrania o sumarse a las sanciones. Es en esa multipolaridad que tanto Estados Unidos como Europa encuentran sus principales desafíos.
Para Europa, el segundo año de la guerra supone tres retos principales: El primero es la resiliencia de la infraestructura energética, que debe prepararse para enfrentar posibles ataques rusos y la posibilidad de un invierno severo a finales de 2023; segundo, su capacidad de proveer de suministros a Ucrania sin poner en peligro sus propias capacidades de defensa; y tercero, lograr una recuperación económica que permita reducir la inflación y mantener el ánimo social en favor de la unidad Europea y el apoyo a Kyiv.
Europa tiene ante sí misma el reto de redefinirse como un jugador global, su éxito estará cimentado en el futuro de las hoy frágiles relaciones franco-alemanas, el entendimiento con el Reino Unido, diálogo con Turquía y la prominente Polonia como potencia regional en ascenso. Mientras tanto en Rusia, el gobierno de Putin difícilmente va a retirarse de Ucrania en el corto plazo; sin embargo, dada la baja probabilidad de una victoria en el campo de batalla, es de esperarse la evolución a un conflicto de naturaleza prolongada.
Finalmente, es en este contexto que naciones como México deben balancear su posición como líderes regionales y deseo de permanecer aislados, con la cruda realidad observada en Ucrania. En palabras de la primera ministra de Finlandia, Sanna Marin: “Si bien todos rechazamos la guerra y soñamos con un mundo sin conflictos, la realidad es que en el mundo y en la vida, hay agresores y ante ellos, hacer nada y permanecer imparcial, es ponerse del lado de quien abusa”.