El pasado martes, el Pleno de la Cámara de Diputados aprobó modificar la Constitución para reducir la edad necesaria para ocupar un cargo público. Con esta reforma, la edad para ocupar una diputación federal cambia de 21 a 18 años.
Una de las promoventes, la diputada Karla Ayala Villalobos del PRI, afirmó que esta reforma es un hecho “histórico” porque los jóvenes podrán ejercer sus derechos políticos “sin simulaciones y sin mentiras”.
En 2020, de acuerdo con el Censo de Población y Vivienda del Inegi, en México había 37.8 millones de personas de 12 a 29 años, lo que representa 30% del total de habitantes del país. Es realmente lamentable que las y los jóvenes no ocupemos cargos de representación a pesar de representar un porcentaje tan importante de la población.
Se han propuesto más de cuatro iniciativas en el Senado de la República que buscan garantizar la participación de la juventud en la política, como la del entonces senador Samuel García, quien propuso que los partidos otorguen el 30% de las candidaturas a jóvenes. Desgraciadamente, ninguna de ellas ha sido discutida, ni digamos votada.
No cabe duda que los espacios de participación política para jóvenes son escasos. Con esta reforma se abren oportunidades para que un sector de la población pueda acceder a ellos. Sin embargo, ¿Cómo podemos garantizar que las y los jóvenes puedan acceder a estos cargos? ¿Cómo asegurar que las y los jóvenes puedan ejercer realmente sus derechos políticos “sin simulaciones y sin mentiras”?
Esta reforma es un paso positivo hacia la verdadera participación política juvenil. No obstante, resulta realmente lamentable ver a políticos —los viejos lobos de mar— celebrar que votaron a favor de esta reforma, cuando son ellos mismos quienes han ocupado cargos públicos desde hace más de 20 años y que no se ven con intenciones de soltarlos, o a las y los diputados jóvenes, los mismos que faltan a las sesiones, los que impulsan discursos de odio y polarización, quienes repiten las mismas prácticas ilegales e inmorales de la vieja política, como quitarle un porcentaje de su sueldo a sus colaboradores.
Esta reforma no es suficiente, creo que debe ser acompañada de otra reforma electoral que 1) obligue a los partidos a modificar sus procesos de selección de candidatos, con el objetivo de eliminar algunas prácticas comunes, como la de otorgar candidaturas a jóvenes en distritos o municipios que son imposibles de ganar, simplemente para cubrir una cuota partidista o presumirlo en redes sociales; y 2) garantice un piso parejo para todas las personas jóvenes que deseen participar en los procesos electorales.
Es increíble pensar que un joven en situación vulnerable pueda dedicar tiempo, dinero y esfuerzo para competir por un cargo. Esto, desgraciadamente, está reservado para las personas que pueden darse el lujo de dedicar de cuatro a seis meses de su tiempo para participar en una campaña, o para quienes tienen contactos que puedan ayudarles a recaudar recursos económicos y políticos. No basta con abrir los espacios de participación juvenil, es necesario que construyamos oportunidades para todas las personas, sin importar su situación económica o social.
Además, tenemos que asegurar que las candidaturas no sean otorgadas a hijos de políticos o a jóvenes que simplemente siguen la línea y narrativa partidista, sin ideas propias, o a quienes creen que hacer política es subir videos a Instagram y hacer tiktoks. Desgraciadamente, la política joven está repleta de ese tipo de personas, hay diputadas y diputados jóvenes que su único mérito es compartir apellido con un político, y otros que han alcanzado candidaturas y cargos públicos por ser serviles al poder. Es necesario que garanticemos que las candidaturas sean asignadas a jóvenes con carreras destacadas en proyectos en el ámbito político-gubernamental y/o social, que hayan tenido un impacto en el quehacer público. Claro que los hay, solo es cosa de buscarles.
Entonces sí, felicidades por la reforma aprobada, pero no creamos el falso discurso de que con esto se salda la deuda histórica que la democracia y sus actores tienen con la juventud mexicana. ¿Dónde están las discusiones sobre innovación gubernamental, inteligencia artificial, criptomonedas, energías renovables, participación ciudadana y demás temas que definen la agenda de los países más avanzados, el presente y el futuro del mundo? Hay mucho qué hacer y esos esfuerzos deben ser liderados por jóvenes activistas y aliados que entiendan la falta que le hace a la vida pública y política de nuestro país un verdadero cambio generacional.
Algo más
Mucho ojo a las candidaturas presidenciales del 2024, 1) investiguemos a quienes encabecen los esfuerzos juveniles y 2) las propuestas para la juventud deben ser mucho más que entregar apoyos sociales, es necesario que se construya un plan estratégico de gobierno a futuro y que la juventud participe en la elaboración de ese plan. Urge rediseñar los institutos de la juventud, tanto el federal como los estatales. La juventud necesita oportunidades, esforcémonos por crearlas.