• Telokwento
  • Posts
  • ¿A quién le conviene más que no nos enojemos?

¿A quién le conviene más que no nos enojemos?

El enojo y todos los sentimientos que alberga nos ayudan a poner límites y defendernos.

Durante las últimas semanas hemos vivido diferentes eventos que pasarán a la historia. El genocidio en Gaza, el conflicto en Medio Oriente, las redadas contra migrantes en Estados Unidos, entre otros. En todos han sido visibles las diferentes movilizaciones ciudadanas y activistas que exigen a les mandataries que utilicen su poder para hacer algo al respecto o que tomen alguna postura. ¿Cuál es su respuesta?

Mi recomendación es que debería de ir a clases de control de ira”

Pero, ¿por qué no deberíamos enojarnos? 

Hasta hace algunos años, el enojo era una emoción que me costaba trabajo sentir. Conforme fui creciendo me enseñaron a ver el enojo como un sinónimo de violencia, hasta tenerle miedo. Me sentía muy orgullosa de mí al decir que era difícil que yo me enojara. Solita me mordí la lengua, porque en muchas ocasiones he señalado a la gente —principalmente a los hombres—  que presume no haber llorado en mucho tiempo, pero yo hacía lo mismo con el enojo.  

Una respuesta puede ser hablar sobre cómo las emociones están socializadas según el género. A los hombres se les enseña a demostrar debilidad a través de emociones como la tristeza, y a las mujeres nos enseñan a que debemos ser pacientes y no enojarnos, ya que sino corremos peligro de quedar como histéricas. Sin embargo, pienso que va más de una cuestión de hombres y mujeres. Pensando en el poder que atraviesa el género, así como otras categorías, y que es más bien esto lo que establece quién puede expresar ciertas emociones. 

Nos han vendido la idea de que enojo es igual a violencia. Sin embargo, cuando una persona con poder expresa su enojo, como el mandatario de un país poderoso o el director de una gran empresa, no se habla de violencia sino de su capacidad para desplegar este poder. Por otro lado, a las manifestaciones que abiertamente señalan las violaciones a derechos humanos y las exigencias de aquello en lo que el Estado está fallando, se les etiqueta como violentas y se convoca a las protestas pacíficas. 

Tal vez entonces la pregunta no debería ser ¿por qué no debemos enojarnos? Sino más bien ¿a quiénes les conviene que no nos enojemos? 

Decir que las emociones son políticas, no son palabras al aire. El enojo y todos los sentimientos que alberga —frustración, indignación, rabia, etcétera— nos ayudan a poner límites y defendernos. Pero también son estos sentimientos los que nos movilizan para reclamar nuestros derechos y alzar la voz ante las injusticias. Si no existiera la rabia o solo nos resignaramos, seríamos indiferentes y normalizaríamos las violencias e injusticias. ¿Te suena?

Por eso cuando una activista como Greta Thunberg sale a denunciar públicamente el genocidio y mecanismos de colonización que están sucediendo en Medio Oriente, no sólo es fácil intentar callarla al decir que sólo es una mujer que debe aprender a controlar su ira —quién dijo que Trump no podía ser irónico—. Debemos entenderlo como uno de los mecanismos que desactiva y desvalida discursos que denuncian abiertamente las graves violaciones contra derechos humanos.

Otro ejemplo es la presidenta Claudia Sheinbaum, quien al preguntarle sobre los diversos conflictos, siempre usa la vieja confiable de llamar a la paz. Cuando se le acusó de incitar a las protestas contra el ICE en Estados Unidos, salió a defenderse mostrando evidencias de cómo ha llamado a las protestas pacíficas y que para nada apoya aquellas manifestaciones violentas. Para mí escucharla decir “nunca hemos llamado a una movilización violenta (…) siempre hemos estado a favor de manifestaciones pacíficas” es como cuando dicen que las niñas se ven feas cuando se enojan. 

Tal vez sea algo reduccionista, pero el fin es el mismo: quitar validez al enojo y, por lo tanto, la agencia de poder exigir justicia cuando hay una transgresión a nuestros límites o derechos. 

Escribiendo esto incluso me siento en la necesidad de justificarme y decir que no estoy en contra de la paz. Pero estoy segura que puedo desearla y al mismo tiempo estar furiosa. Tampoco estoy esperando que Sheinbaum salga enfurecida a las calles, pero sí estoy cansada de que los gobiernos se escondan detrás de discursos de paz mientras compran armamento a Israel. No olvidemos que los mismos gobiernos que nos etiquetan como violentes y radicales, son quienes justifican las violencias del Estado. 

Llaman violentas las protestas en Los Ángeles y el resto de Estados Unidos, pero ¿acaso no es violenta la forma en que están separando a las familias o la represión de la Guardia Nacional de las mismas manifestaciones? Nos dicen radicales por estar en contra del genocidio en Gaza, pero ¿desde cuándo es algo malo denunciar las graves violaciones a derechos humanos, cuando las instituciones internacionales y los gobiernos siguen fallando? Nos llaman histéricas por salir cada año a manifestarnos por los derechos de las mujeres, pero entonces ¿quién denuncia la violencia feminicida? 

Como mujer, toda mi vida me enseñaron a tenerle miedo al enojo, en mí y en otras personas. Es muy cansado tener que justificar mi enojo, explicarme por tener posturas “radicales”. Pero me cansa más escuchar comentarios como “debería de ir a clases de manejo de ira” o “hay que actuar de manera responsable y mantener la cabeza fría” por parte de mandatarios que perpetúan o simplemente no hacen nada frente a las verdaderas violencias que el mundo está viviendo día a día. 

Yo sí estoy enojada, furiosa, indignada y si quieren, histérica. Prefiero que me digan radical o que mi opinión está polarizada, a tener la “cabeza fría” y sólo ser indiferente ante todas las noticias que parecen nunca parar. Y si algún día alguien te dice radical o que te debes calmar, recuerda, ¿realmente a quién le conviene más que no te enojes?