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El G7 en su 50 aniversario, bajo la sombra de Trump

Esta edición de la Cumbre del G7 incorpora un nuevo factor condicionante: la presencia y postura del presidente Donald Trump.

La amplitud y diversidad de temas que conforman la agenda de la Cumbre del G7 —actualmente en desarrollo en Kananaskis, Alberta— reflejan la complejidad del escenario internacional. Sin embargo, esta heterogeneidad, sumada a la impredecible política exterior promovida por la administración Trump, podría limitar el alcance de los acuerdos y dificultar avances concretos que consoliden el valor del diálogo multilateral frente a una reconfiguración del orden global.

En calidad de presidente del G7 en esta edición, el gobierno canadiense definió tres prioridades: proteger a las comunidades y al planeta; fortalecer la seguridad energética y acelerar la transición digital; y forjar nuevas alianzas estratégicas. Además, planteo la discusión de conflictos internacionales, haciendo énfasis en la paz en Ucrania.

A esto se suma el reciente ataque militar de Israel a Irán, junto con la crisis humanitaria en Gaza, que intensifican las tensiones en Medio Oriente. Al mismo tiempo, las disrupciones en el comercio internacional derivadas de la política arancelaria de Estados Unidos están presionando a los gobiernos a buscar acuerdos preferenciales o alternativas de cooperación.

Si bien el desarrollo sustantivo de los temas en la Cumbre del G7 depende de la voluntad política y los intereses de los gobiernos, esta edición incorpora un nuevo factor condicionante: la presencia y postura del presidente Donald Trump.

Es pronto para definir con claridad la política exterior del nuevo gobierno estadounidense, y no debe equipararse automáticamente con el primer mandato de Trump. Sin embargo, es posible identificar rasgos que permiten anticipar su aproximación a espacios como la Cumbre del G7. Destacan: protagonismo, unilateralismo, lógica transaccional, intervencionismo, nacionalismo, proteccionismo y cierto pragmatismo. Estas características se alinean con las tres prioridades delineadas por el Departamento de Estado: un Estados Unidos más seguro, más fuerte y más próspero.

Este contexto perfila un escenario poco alentador para la Cumbre. Los acuerdos que se logren con Estados Unidos estarán condicionados, en gran medida, por su capacidad de generar beneficios para el consumo interno de Estados Unidos y de proyectar a Trump como un líder dominante en la escena global.

Por lo anterior, un indicador para evaluar el avance de la Cumbre radica en la capacidad de los gobiernos para enfocar sus esfuerzos en la agenda de seguridad internacional y lograr la disposición de Estados Unidos —ya sea mediante declaraciones o compromisos— para contribuir a la resolución de los principales conflictos. El enfoque de la Cumbre no debería dispersarse en ámbitos donde es más probable que el diálogo bilateral genere resultados, como ocurre con el comercio internacional.

Otro posible criterio para valorar la relevancia del G7 en el escenario multilateral será si esta edición ofrece indicios de una conformación de bloque de contrapeso frente al poder de Trump, con el potencial de equilibrar, eventualmente, los márgenes de negociación entre Estados Unidos y sus aliados históricos.

En su 50° aniversario, el G7 enfrenta el reto de responder a una agenda internacional fragmentada y, al mismo tiempo, demostrar que sigue siendo un espacio eficaz de concertación política. El verdadero saldo de esta Cumbre no dependerá únicamente de los comunicados conjuntos, sino de su capacidad para sostener el multilateralismo, al menos en el corto plazo.