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Pride no es campaña, es trinchera

Pride nos recuerda que lo personal es político, que la alegría también es resistencia y que ninguna conquista es permanente si no se defiende.

Pride nació como protesta: una respuesta visceral al abuso, la exclusión y el silenciamiento. Stormé DeLarverie, Marsha P. Johnson y Sylvia Rivera no lanzaron los míticos ladrillos en Stonewall para que, décadas después, su lucha fuera convertida en un logotipo arcoíris en junio. Pride no es una campaña: es una trinchera. Y en un mundo donde los discursos antiderechos ganan fuerza y legitimidad, defender los espacios de diversidad, equidad e inclusión (DEI) es más urgente que nunca.

Cada año, al llegar junio, vemos cómo las marcas, instituciones y gobiernos desempolvan sus discursos de apoyo a la comunidad LGBTQ+. Pero detrás del “love is love” y las fotografías de oficina con banderas, muchas veces hay un silencio que pesa: silencio ante los transfeminicidios, ante el acoso laboral, ante los recortes a presupuestos de inclusión, ante la criminalización de las disidencias. Es el silencio que grita que la inclusión puede celebrarse, pero no incomodar.

La inclusión que no desafía estructuras solo decora su opresión. Y esa es la línea que muchas organizaciones cruzan sin darse cuenta: entre afirmar un mensaje y vaciarlo de sentido. En América Latina —y México no es la excepción—, las personas LGBTQ+ siguen enfrentando discriminación sistemática. Según la ENDISEG 2021, 7 de cada 10 personas trans han vivido algún tipo de violencia. Los protocolos de inclusión existen en papel, pero no en la vida cotidiana. 

La impunidad ante los crímenes de odio y la ausencia de políticas efectivas nos recuerdan que el acceso pleno a los derechos no es una realidad, sino una deuda pendiente. Y mientras tanto, la narrativa antiderechos avanza con fuerza: gana espacios en los medios, en las aulas, en los congresos. Se disfraza de preocupación por la niñez, de libertad de expresión o de neutralidad política, cuando en realidad busca restringir libertades y borrar identidades. En este contexto, los espacios DEI no son un extra: son diques de contención frente a una ola reaccionaria que no solo quiere detener el avance de derechos, sino revertirlos.

Defender estos espacios no se trata de tener un área de responsabilidad social, una charla de sensibilización o un documento bien intencionado en la intranet. Se trata de construir culturas organizacionales donde las personas LGBTQ+ puedan existir sin miedo. Se trata de políticas claras, presupuestos asignados, liderazgos visibles, cero tolerancia al acoso, representación en la toma de decisiones y mecanismos reales de acceso y justicia.

Porque si bien junio es una oportunidad valiosa para visibilizar estas luchas, la transformación no ocurre en 30 días ni en un feed curado. Ocurre en el trabajo diario, incómodo y persistente de sostener la inclusión como un principio rector, no como una tendencia.

Pride nos recuerda que lo personal es político, que la alegría también es resistencia y que ninguna conquista es permanente si no se defiende. Hoy, frente a una coyuntura cada vez más hostil, la defensa de los espacios DEI no puede ser tibia ni temporal. Necesitamos compromiso real, sostenido y colectivo.

No basta con ondear la bandera en junio. Hay que sostenerla —incluso y sobre todo— cuando arrecia el viento.